Claramente inspirada en la China de la dinastía Tang —quizá incluso demasiado inspirada en ella—, la novela arranca con una fuerza demoledora, planteando una premisa brillante y múltiples misterios en un solo capítulo, pero se desinfla bastante hacia el final. El gancho inicial, como he dicho, es brutal, fundamentalmente porque se compone de múltiples ganchos, todos ellos tejidos en torno a un único personaje. Un hombre lleva dos años viviendo como un ermitaño, enterrando a los muertos de un viejo campo de batalla como forma de honrar la memoria de su padre, recientemente fallecido. Unos días antes del final de su periodo de duelo y de este exilio autoinfligido, recibe un regalo envenenado de una princesa extranjera: doscientos cincuenta caballos celestiales, más de los que el imperio ha tenido jamás... Ese mismo día, recibe la visita de un viejo amigo, que ha hecho el largo viaje para traerle noticias de su familia. Antes de que pueda contarle nada, sin embargo, aparece un asesin...