Los aliens llegan a la Tierra, la convierten en un megadungeon de 18 niveles, y obligan a los supervivientes a recorrerla, como si de personajes en un juego de rol se tratase. Esa es la premisa con la que abre este libro y debo admitir que durante las primeras páginas me tenía cautivado.
La propia narración recuerda más a un videojuego que a un libro de fantasía. Se explican las estadísticas, los ataques, los conjuros, los logros, los enemigos, los puntos de vida, los tiempos de recarga de las habilidades, las lootboxes, los exploits, los bugs... Todo ello acompañado de un un humor un tanto irreverente y constantes referencias que apelan a nuestro nerd interior, al estilo de Ready Player One.
Todo este circo circo está televisado, así que los personajes, además de lidiar con monstruos y trampas, tienen que andar pensando en su cuenta de seguidores, en conseguir sponsors y poco les falta para pedirte un "like and subscribe". Y para hacer la situación aún más absurda y desternillante, el equipo inicial del protagonista consiste en una chaqueta de cuero, unos gayumbos, unas crocks rosas de su novia y un gato que habla.
Es un concepto diferente, desde luego. Pero cuando llevas más o menos un tercio del libro y ya has visto de qué va la cosa, que la clase de gracietas que hace la IA que controla el juego, que tipo de comentarios y reacciones puedes esperar del protagonista o su gato, empieza a perder algo de gracia.
El protagonista progresa, en el sentido de que sube de nivel y mejora sus habilidades, pero no hay un desarrollo del personaje propiamente dicho. El Carl del principio es el mismo que el Carl del epílogo. No hay arco narrativo alguno. Es una aventura de esas de patada en la puerta, matar, saquear y repetir.
Todo esto no hace que el libro sea menos entretenido, porque creo que en ningún momento pretende contar una historia. Es diversión caótica, pura y dura. Puedes abrazarla y dejarte llevar, o que no te haga gracia y tires el libro por la ventana. No tiene más. El atractivo no está en los momentos emotivos, que apenas hay, ni en los giros de la trama, prácticamente inexistentes, ni en la evolución y las relaciones de los personajes, que brillan por su ausencia, sino en lo aleatorio y disparatado de las situaciones que la mazmorra arroja a los protagonistas, y cómo estos lo resuelven. Normalmente, haciendo volar todo por los aires.
En un momento dado se intenta dar una dimensión más a la trama, añadiendo indicios de intriga política fuera del propio juego, con facciones, corrupción y guerras corporativas, algo reminiscente de Los Juegos del Hambre, pero luego no llega a concretar en nada.
De hecho, nada concreta en nada y el final también me ha parecido un tanto abrupto. El final llega sin alcanzar un clímax ni dejar un suspenso. Simplemente llega, como el domingo al final de la semana. Como si estuvieras jugando, te llamara tu madre a cenar y guardaras partida donde te pilla, caiga como caiga en la narración. Deja un montón de cosas en el aire, pero dada la naturaleza caótica de la ambientación, tampoco es que esto se pueda tomar como garantía de por dónde van a devenir las secuelas.
En suma, el libro tiene la energía de una partida de rol de esas en las que importan más las risas que la cohesión narrativa. Caos, explosiones, chistes malos... lo único que importa es qué sorpresa aguarda tras la siguiente puerta y cómo vamos a meter la pata para hacer la situación más complicada posible. Y cuando llega la hora de irse, pues se cierra el chiringuito esté la cosa como esté, y ya seguiremos en la próxima sesión.
Quizá en el futuro siga con más libros de la saga, porque, no puedo negarlo, es divertido, es dinámico, y me lo he pasado bien escuchando el audiolibro, pero tampoco siento que haya sacado nada de la lectura. No ha despertado mi imaginación, no me ha hecho pensar ni sentir nada, no me ha inspirado a buscar o escribir otras historias... simplemente, bueno, me ha entretenido.
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