Aunque dista de ser la mejor obra de Abercrombie, y desde luego no está a la altura en alcance o ambición de La Primera Ley o La Era de la Locura, lo que no se puede negar es que Los Diablos es divertidísimo.
Nos hayamos en una Europa medieval alternativa, en la que Troya ganó a Grecia, Cartago venció a Roma en las Guerras Púnicas, y que aún así ha llegado hasta el Cisma de la Iglesia de Oriente y Occidente. Todo ello con magia, monstruos, y cruzadas contra los elfos —haciendo aquí el papel de hunos, mongoles y sarracenos—, que invaden desde el este.
En esta tesitura, el Papa, en aras de reunificar la Iglesia, decide instaurar en el trono del Este a una princesa de su conveniencia, la cual debe viajar en secreto desde el Vaticano hasta Troya. Y como el camino está lleno de peligros y el fuego se combate con fuego, encarga esta delicada misión a sus diablos, una descarriada banda de villanos al servicio de la Iglesia.
La historia no tiene mucha más vueltas de hoja. No hay más tramas que la principal y la narración jamás abandona al grupo para irse a otro sitio, ni hay caminos divergentes o paralelos. Cierto es que todos tienen su punto de vista, y cada personaje tiene su trasfondo y sus propios objetivos, pero trama no hay más que una. Un grupo. Un viaje. Una sucesión de obstáculos. Eso es todo.
La magia que hace que esto funcione son los personajes, su constante irreverencia, y todo el cachondeo que se traen quienes no dejan de ser una banda de villanos, forzados a cooperar entre sí e investirse en el papel de héroes. El nigromante y la licántropa son sencillamente geniales. Me reído con ellos como no me reía con un libro en mucho tiempo.
La caracterización es fantástica y el uso de bromas internas y chistes recurrentes, como podrías tener en tu grupo de amigos o encontrar en una sitcom, es un gran añadido al género de la fantasía, que a veces se toma a sí mismo demasiado en serio. Además, cada personaje tiene su propia voz, y sus obsesiones particulares que se ven plasmadas en su forma de ver el mundo y narrar las cosas. Podrías leer un par de párrafos al azar y saber perfectamente desde el punto de vista de quién transcurre la acción.
Es cierto que algunos personajes recuerdan un poco a personajes de La Primera Ley —Vigga y Javre es quizá el caso más evidente—, pero tampoco son copia y pega, y por cada cosa en común podemos igualmente encontrar algo profundamente dispar.
En suma, el libro es divertido, es irreverente, y mantiene un constante equilibrio entre las secuencias de acción, el humor, las cuestiones filosóficas sobre el bien y el mal, y los momentos más emotivos. ¿Qué más se puede pedir? Es puro disfrute.
Ni siquiera puedo criticarle la simplicidad de la trama, porque es asa atención a un único arco lo que permite caracterizar a un grupo de ocho personajes tan diferentes y hacer hincapié tanto en sus relaciones como en los traumitas que arrastran y el cambio que experimentan a lo largo del viaje.
Si hay algo que no termina de cuadrarme es el uso de una historia europea alternativa en lugar de un mundo de fantasía, más que nada porque no veo qué aporta. No es que nos dé contexto adicional, o nos permita trazar paralelismos entre la historia real y la inventada. Pero bueno, eso es casi lo de menos, y no va en detrimento del resto de la novela, que es lo importante.
Al final, lo cierto es que he devorado el libro, me lo he pasado genial leyéndolo y no puedo dejar de recomendarlo. Si os gusta el autor, éxito asegurado.
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