La Mejor Venganza es el primero en una serie de secuelas semi-independientes de Joe Abercrombie, ambientadas el universo de La Primera Ley. Digo semi-independientes, porque, aunque puedes comprender por completo lo que ocurre sin haber leído la trilogía original y, en la medida de lo posible, se omiten nombres para evitar spoilers, sí que aparecen algunas viejas caras conocidas, hay varios guiños al lector atento y, desde luego, hay misterios que el libro no llega a explicar, pero que cualquiera que haya leído La Primera Ley entenderá sin ningún problema.
La protagonista de esta nueva historia es Monzcarro Murcatto, una mercenaria traicionada por su empleador, que decide vengarse de los siete hombres implicados en su intento de asesinato y la muerte de su hermano. Para ello, se rodea de toda una banda de antihéroes: un bárbaro, un envenenador, un criminal con TOC, una torturadora, un borracho… Si has leído a Abercrombie alguna vez antes, ya te vas haciendo una idea de cómo va a acabar esto.
La historia se divide en siete partes (siete ciudades, siete nombres, siete venganzas) y si hubiera tenido que escribir esta reseña después del segundo de esos episodios, no hubiera muy generosa.
Los dos primeros episodios parecen violencia sin sentido por el puro amor a la violencia, sin mayor relación el uno con el otro o con el orden global de las cosas, más allá de la presencia de Monza en ambos escenarios.
Los personajes tampoco son muy interesantes. No es que tengan nada de malo, son antihéroes con todas las de la ley, pero si ya has leído la trilogía de la Primera Ley, es imposible no ver a Escalofríos como un Logen de descuento, interpretando al bárbaro con más sensatez que cualquiera de sus compañeros sureños, tratando, sin éxito, de ser un buen hombre; mientras que Monza es como Glokta (ya me diréis si la escena del martillo y el yunque no os suena de algo), más cabreada y mucho menos astuta o cínicamente divertida.
La cosa mejora órdenes de magnitud (incluso parece otro libro) cuando llegan a Sipani, y se introducen varios rostros conocidos de la Primera Ley, como Shylo Vitari, Carlot dan Eider y, sobre todo, el inigualable Nicomo Cosca.
Es en Sipani donde empezamos a ver las repercusiones de los actos de Monza, cuando su venganza se va entrelazando con el devenir de la guerra en Styria, que no deja de ser un campo de batalla más en el gran conflicto entre el profeta Khalul y la banca de Valint y Balk.
Es un poco más adelante cuando empezamos a ver los cambios y la evolución de Monza y Escalofríos.
Es en este punto, cuando los actos individuales de violencia empiezan a dar forma a una historia de verdad y, a partir de ahí, el libro ya no para: tenemos trapicheos en los bajos fondos, trapicheos en la corte, emboscadas, traiciones, intrigas y más traiciones, un asedio, torturas, calabozos, más bajos fondos, batallas, otro asedio… todo ello aderezado con las diatribas filosóficas de Cosca y un sutil toque de ironía en el destino de los personajes.
Lo mejor del libro es la forma en que muestra la cara más cruda y cruel de la realidad: los pequeños actos de un grupo de personas, llevadas por motivos puramente egoístas e irracionales, cambian por completo el devenir de una nación, y, sin embargo, el fin de una guerra, no cambia nada en el gran esquema de las cosas. Triste, pero cierto.
El libro también juega muy bien con las motivaciones de los personajes, sembrando constantemente la duda de si estás apoyando realmente a los buenos o si, incluso, es posible trazar la línea entre los buenos y los malos en esta historia.
Hacia el final hay un par de revelaciones, que, si bien no pone el mundo patas arriba, cambia en gran medida la percepción que has tenido de Monza y su hermano durante toda la historia. No es una revelación de soltar el libro y saltar del sofá con ojos como platos, sino más similar a la que produce descubrir el maravilloso mundo de los impuestos tras cobrar tu primera nómina, o la que produce consultar los apuntes tras salir de un examen y descubrir un error garrafal; esa incredulidad, esa indefensión, ese sentirse engañado, ese saber que has estado equivocado desde el principio.
¿Es este libro mejor que la Primera Ley? No. ¿Es una secuela necesaria? Por el momento, y salvo que futuras lecturas demuestren lo contrario, tampoco. ¿Pero es un buen libro? Pues sí; no es para todo el mundo, hay mucha violencia, no hay héroes, no hay causas justas y el desenlace es tan crudo como la vida misma, pero si te gusta el estilo de Abercrombie, si te gustó La Primera Ley, es muy posible que este te guste también.
Yo estuve a punto de dejarlo tras los dos primeros episodios, pero con la llegada a Sepani me enganchó, y la cosa no hace sino mejorar y ahora estoy deseando leer la siguiente novela independiente, Los Héroes, protagonizada por uno de mis personajes secundarios favoritos de la trilogía original: Dow el Negro.
La historia se divide en siete partes (siete ciudades, siete nombres, siete venganzas) y si hubiera tenido que escribir esta reseña después del segundo de esos episodios, no hubiera muy generosa.
Los dos primeros episodios parecen violencia sin sentido por el puro amor a la violencia, sin mayor relación el uno con el otro o con el orden global de las cosas, más allá de la presencia de Monza en ambos escenarios.
Los personajes tampoco son muy interesantes. No es que tengan nada de malo, son antihéroes con todas las de la ley, pero si ya has leído la trilogía de la Primera Ley, es imposible no ver a Escalofríos como un Logen de descuento, interpretando al bárbaro con más sensatez que cualquiera de sus compañeros sureños, tratando, sin éxito, de ser un buen hombre; mientras que Monza es como Glokta (ya me diréis si la escena del martillo y el yunque no os suena de algo), más cabreada y mucho menos astuta o cínicamente divertida.
La cosa mejora órdenes de magnitud (incluso parece otro libro) cuando llegan a Sipani, y se introducen varios rostros conocidos de la Primera Ley, como Shylo Vitari, Carlot dan Eider y, sobre todo, el inigualable Nicomo Cosca.
Es en Sipani donde empezamos a ver las repercusiones de los actos de Monza, cuando su venganza se va entrelazando con el devenir de la guerra en Styria, que no deja de ser un campo de batalla más en el gran conflicto entre el profeta Khalul y la banca de Valint y Balk.
Es un poco más adelante cuando empezamos a ver los cambios y la evolución de Monza y Escalofríos.
Es en este punto, cuando los actos individuales de violencia empiezan a dar forma a una historia de verdad y, a partir de ahí, el libro ya no para: tenemos trapicheos en los bajos fondos, trapicheos en la corte, emboscadas, traiciones, intrigas y más traiciones, un asedio, torturas, calabozos, más bajos fondos, batallas, otro asedio… todo ello aderezado con las diatribas filosóficas de Cosca y un sutil toque de ironía en el destino de los personajes.
Lo mejor del libro es la forma en que muestra la cara más cruda y cruel de la realidad: los pequeños actos de un grupo de personas, llevadas por motivos puramente egoístas e irracionales, cambian por completo el devenir de una nación, y, sin embargo, el fin de una guerra, no cambia nada en el gran esquema de las cosas. Triste, pero cierto.
El libro también juega muy bien con las motivaciones de los personajes, sembrando constantemente la duda de si estás apoyando realmente a los buenos o si, incluso, es posible trazar la línea entre los buenos y los malos en esta historia.
Hacia el final hay un par de revelaciones, que, si bien no pone el mundo patas arriba, cambia en gran medida la percepción que has tenido de Monza y su hermano durante toda la historia. No es una revelación de soltar el libro y saltar del sofá con ojos como platos, sino más similar a la que produce descubrir el maravilloso mundo de los impuestos tras cobrar tu primera nómina, o la que produce consultar los apuntes tras salir de un examen y descubrir un error garrafal; esa incredulidad, esa indefensión, ese sentirse engañado, ese saber que has estado equivocado desde el principio.
¿Es este libro mejor que la Primera Ley? No. ¿Es una secuela necesaria? Por el momento, y salvo que futuras lecturas demuestren lo contrario, tampoco. ¿Pero es un buen libro? Pues sí; no es para todo el mundo, hay mucha violencia, no hay héroes, no hay causas justas y el desenlace es tan crudo como la vida misma, pero si te gusta el estilo de Abercrombie, si te gustó La Primera Ley, es muy posible que este te guste también.
Yo estuve a punto de dejarlo tras los dos primeros episodios, pero con la llegada a Sepani me enganchó, y la cosa no hace sino mejorar y ahora estoy deseando leer la siguiente novela independiente, Los Héroes, protagonizada por uno de mis personajes secundarios favoritos de la trilogía original: Dow el Negro.
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