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Reseña | Mares de Sangre bajo Cielos Rojos | Scott Lynch

Locke Lamora cambia los canales de Camorr por el Mar de Bronce, pero sigue siendo más listo que nadie. El segundo capítulo en las aventuras de los Caballeros Bastardos es digno sucesor de Las Mentiras de Locke Lamora, lleno de acción, secretos, traiciones, mentiras y toda la aventura náutica que uno pueda desear.

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Hay tres cosas que me encantan de esta serie: el piquito de oro de los Caballeros Bastardos y el constante intercambio de pullas, bromas y comentarios envenenados; la forma sarcástica en que, a través de los ojos de Locke, Lynch describe hasta las acciones más simples, como beber una copa; y que el libro te arroje en mitad de la acción desde el minuto uno. En esos tres aspectos, Mares de sangre no tiene nada que envidiar a su predecesor.

Lo mejor del libro, al igual que en el primero, son los Caballeros Bastardos. La relación de camaradería entre Locke y Jean me encanta, al igual que cualquier descarada conversación en la que se enzarzan, consiguiendo arrancarte una sonrisa aquí y allá, o incluso hacerte reír. El final, desde luego, no me ha hecho lanzar una risita solitaria, sino pararme a reír bien a gusto.
Se nota también que para esta segunda parte Lynch ha tenido más tiempo para dar forma a su mundo. Me ha encantado descubrir nuevas ciudades más allá de los muros de Camorr, cada una con sus entramados políticos y juegos de poder, así como ver más facetas de la alquimia o los artífices de Tal Verrar.

Al igual que Las Mentiras de Locke Lamora el libro empieza con Locke y Jean metidos hasta el cuello en el golpe en cuestión. Luego las cosas se complicarán, porque tienen que complicarse como hace el nudo de toda novela, pero me encanta ese no tener que esperar a que los personajes lleguen a donde tienen que llegar para que empiece la trama. Un principio trepidante siempre ayuda a arrancar una nueva lectura.
Lo que me ha parecido curioso es que, después de un primer acto donde pasa de todo y en todas direcciones, en el segundo acto mucho queda aparcado y el libro sigue una y solo una línea argumental. No es que esa línea sea lenta o aburrida, simplemente baja a una velocidad normal que no deja de ser sorprendente en un libro con tantas cosas pasando al principio y al final.
Lo que sí es cierto es que, incluso leyéndolo de seguido, cuando llega el tercer y último acto y todas las líneas narrativas confluyen de nuevo, cuesta un poco recordar dónde estaba cada cual, especialmente con las múltiples y abundantes capas de alias y mentiras.

Hablando de la estructura, me gusta que cada libro sea un todo en sí mismo. La amenaza de Karthain y algunos secretos persisten de libro en libro, pero todos los demás hilos quedan cerrados al final. Podrías leer este libro sin haber leído la primera parte, y lo disfrutarías prácticamente igual.

En el estilo característico de Lynch, se hace uso de cierta narrativa no lineal, aunque no tan profusamente como en la primera entrega de la saga, donde quizá también era más necesaria para introducir el trasfondo de los personajes. Esta vez la no linealidad queda al servicio de preservar sorpresas para el lector o para intercalar fragmentos más lentos en mitad de otros más intensos.

Por último, y comparándolo ya con Las Mentiras de Locke Lamora, aunque el golpe con el que empieza este libro me ha gustado más que el de su predecesor, creo que las mentiras estaban tejidas de una forma más elegante, valga la redundancia, en Las Mentiras de Locke Lamora. Esta vez, son más numerosas y más enrevesadas, y a veces cuesta seguir todas sus ramificaciones.

En cualquier caso, una muy buena secuela que hace que esté deseando empezar República de Ladrones que, por cierto, aún no ha salido en español, y saber, de una vez por todas, quién es y dónde está Sabetha Belacoros. Y si nunca habéis oído hablar de esta serie, os la recomiendo encarecidamente.

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