La tercera entrega en la saga de El Portador de la Luz (mala traducción de Lightbringer que antes o después les va a morder en el culo), no alcanza el genio de El Prisma Negro, pero está cerca, y desde luego, es mucho mejor que el segundo.
El libro empieza despacito, con los personajes dispersos, abatidos y tratando de lidiar con todo lo que ocurrió al final de La Daga de la Ceguera, para luego entrar en un segundo acto donde las piezas de la trama se ponen en movimiento, y empezamos a atisbar planes, intrigas, secretos y algunas interesantes revelaciones del pasado.
Es en esta parte donde se empiezan a explorar los elementos más mitológicos de la trama: todo lo que ocurrió en la época de Lucidonious, quién o qué es Diakoptês, qué hay de cierto en las leyendas y profecías del Lightbringer (el que trae la luz), o en las del Lightbearer (el que porta la luz), que resulta que no son lo mismo... ¿Veis por qué digo que la traducción del título les va a morder en el culo? Se introducen nuevos poderes: el luxen negro, el luxen blanco, los cristales cromáticos, nuevas aplicaciones del Paryl...
Pero sobre todo, esta es la parte del libro en la que Teia brilla como personaje, porque es con ella con quien nos adentramos de lleno en la misteriosa y esquiva Orden del Ojo Fragmentado, que ya se insinuó en La Daga de la Ceguera, y gracias a quien descubrimos cantidad de secretos, conjuras y nuevos poderes.
El libro, por supuesto, nos deja con más preguntas que respuestas, porque antes de que los personajes tengan ocasión de alcanzar toda la verdad, los acontecimientos se precipitan a su alrededor, y llegamos a un tercio final frenético y cargado de acción. El rescate, el nombramiento, la huida... todo ocurre tan rápido, tan seguido, y a veces al mismo tiempo, que no sabes en qué dirección mirar.
Y cuando crees que el libro ha tocado techo, con Kip adoptando finalmente el mando y asumiendo el manto de héroe que todos sabíamos que iba a ser, el último capitulo y los epílogos te sueltan tres bombas de relojería que lo ponen todo patas arriba, la última de ellas cerrando magistralmente el círculo con el principio de El Prisma Negro.
De los personajes, Gavin pierde mucho protagonismo en comparación con los libros anteriores, al igual que uno de mis favoritos, Corvan Danovis, quien pese a su reciente ascenso, solo aparece en un capítulo. Y el Principe de los Colores, el antagonista de libros pasados, pese a que se le hace mención constantemente, y pese a que es su guerra la que impulsa muchas de las acciones de los personajes, no aparece una sola vez.
Toda la acción se centra en las Jaspes, y en los juegos de poder y engaño que tienen lugar entre los influyentes y poderosos, con Kip y Teia tomando el relevo como protagonistas.
En es sentido, Kip ha madurado mucho a lo largo de estos tres libros. Ya no es un peón a merced de la voluntad de otros y, por primera vez, le vemos tomar un papel activo en los tejemanejes del gobierno e interactuar casi en condición de iguales con Andross Guile y Orea Pullawr, que pese a no tener capítulos desde su punto de vista, son los que realmente manejan todos los hilos.
El otro personaje que conserva cierto protagonismo es Karris, especialmente en la segunda mitad del libro, y todo parece indicar que el autor quiere hacer de ella una piedra angular de los acontecimientos de los dos libros restantes de la saga.
Liv sigue apareciendo de vez en cuando, pero en una trama paralela que nada tiene que ver con lo que está ocurriendo al resto de personajes. El destino de su misión seguramente sea importante en el futuro, pero el camino es del todo irrelevante, y creo que está ahí solo para que no nos olvidemos de ella hasta que pase lo que tenga que pasar (qué difícil es explicar estas cosas sin desvelar nada...).
Y eso nos deja con Simon, que pese sus escasas apariciones, consigue presentarse como un personaje absolutamente detestable. Y tiene mérito conseguir despertar tal odio en tan pocas páginas.
En resumidas cuentas, el libro esta muy bien y, tras el pinchazo de La Daga de la Ceguera, me devuelve las ganas de terminar de leer esta saga, especialmente con esas últimas doscientas páginas de infarto.
El libro introduce nuevos elementos para mantener el sistema de magia interesante, aumenta la complejidad del conflicto, con tantas facciones en el tira y afloja que no hay tiempo para El Príncipe de los Colores (por ahora), y hace una buena transición de protagonismo de una generación a otra, al tiempo que mantiene a los personajes adultos, como balas en la recámara listos para algún giro inesperado, giros como los del final de este libro, que hasta me dan ganas de volver a leer los anteriores y comprobar si tendría que haberlo visto venir.
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