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Sistemas críticos (Los diarios de Matabot #1) | Matha Wells

La idea de un androide eminentemente lógico y racional, al que le cuesta lidiar con los humanos y sus respuestas emocionales, no es algo nuevo. Sin embargo, un libro narrado en primera persona por un personaje de estas características resulta de lo más interesante. 

Matabot Sistemas Criticos Martha Wells

En todo momento la novela mantiene la ilusión de que las palabras que tenemos delante las haya podido escribir un robot. Matabot, narrador y protagonista, se expresa, habla e incluso estructura la narración de forma totalmente distinta a lo que estamos acostumbrados. 

Por ejemplo, cuando habla de lo que ve, muchas veces lo está viendo a través de drones o cámaras de seguridad, lo que le permite ver varias cosas que están sucediendo al mismo tiempo. O cuando interactúa con los miembros humanos de la expedición, describe sus respuestas fisiológicas, o su lenguaje no verbal, pero raras veces trata de inferir el estado emocional que las pueda causar. 

Además, la mente de una máquina puede procesar datos más rápido que la nuestra, o trabajar en varias cosas al mismo tiempo, y eso se refleja a lo largo de libro, sobre todo en los diálogos, donde solemos verle hacer cosas en segundo plano. 

Es algo complicado de explicar, pero muy fascinante de leer, y creo que es precisamente esta transformación del narrador lo que le valió al a novela los premios Nebula (2017), Locus y Hugo (2018).


Aparte de eso, la trama es bastante sencillita, sin grandes sorpresas o giros narrativos, y tampoco es que las poco más de cien páginas de la novela den para más. 

La sinopsis de la contraportada cuenta todo lo que tienes que saber, pero básicamente el viaje hiperespacial ha abierto la puerta a nuevos mundos, pero si quieres ir a explorar uno de esos planetas, es obligatorio firmar un contrato con una aseguradora, que aparte de cobrarte una pasta por un montón de equipo cutre, grabar todo lo que haces, y luego vender tus datos, te impone la compañía de un androide de seguridad. Y ese androide es Matabot, quien ha hackeado su módulo de control y ahora goza de libre albedrío. 

El libro abre con una secuencia de acción, pero el primer tercio está sobre todo dedicado a presentarnos al universo y al protagonista, así como su condición de híbrido orgánico-cibernético, su personalidad, su labor... 

En el segundo tercio se plantea un misterio, cuando el equipo empieza a fallar y se pierde el contacto con un segundo asentamiento científico, y a poco que seas de los que necesitan desesperadamente encontrar respuestas, desde ese punto te lo lees del tirón hasta el final. Además, en esta segunda parte Matabot empieza a interactuar más con los humanos, y se plantean las habituales preguntas de qué diferencia hay entre humanos y sintéticos, si deberían gozar de los mismos derechos, si los androides pueden tener principios éticos, etc... 

En el tercer acto se resuelve el misterio, como he dicho, sin grandes sorpresas, pero dejando en el aire, tanto el destino de Matabot, como la pregunta de si las máquinas tienen deseos y anhelos, o si se ven meramente realizadas al cumplir un cometido. 


Con respecto a los personajes, Matabot es el único que está caracterizado en detalle y profundidad, mientras que el resto quedan apenas definidos por un nombre y la etiqueta de si ven al androide como una persona o como una cosa, o algo a medio camino. 

Lo curioso es cómo el androide, pese a todas sus obvias diferencias, resulta un personaje carismático, entrañable, con el que puedes simpatizar, y con una personalidad para nada simplista, que nos invita a preguntarnos si realmente goza de libre albedrío o si en realidad está sujeto a algún código ético.


En conclusión, el libro está bien, pero no creo esta sea una historia que vaya a revolucionar tu vida, o que vayas a recordar dentro de unos cuantos años. Sin embargo, si te gusta la ciencia ficción, y las novelas de androides, con sus habituales interrogantes morales, creo que leer un libro escrito desde la perspectiva de un androide será de los más gratificante. Y además es algo que puede leerse en dos tardes, como desengrasante entre novelas más densas. 

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