No puedo dejar de pensar en lo gratamente sorprendido que estoy con este libro. Tanto por lo mucho que me ha gustado, como por lo diferente que es respecto a la ciencia ficción que acostumbro a leer. Si alguien me hubiera dicho de que iba y me hubiera asegurado que me iba a gustar, no le habría creído.
Estamos ante una ciencia ficción bucólica, optimista, cargada de espiritualidad y naturaleza. La civilización ha llegado hasta la era en que las máquinas toman conciencia, pero en lugar de evolucionar hacia el habitual y frío futuro de acero y hormigón, puramente utilitario, ese dramático punto de inflexión les ha conducido a una sociedad más armoniosa con la naturaleza y los robots.
El protagonista es la versión sci-fi de un artista itinerante, viviendo en su carromato, que es hogar y lugar de negocios. Un monje que va de pueblo en pueblo, ofreciendo té a la gente, escuchando sus historias, brindándoles un oído amable y un instante de tranquilidad para sobrellevar sus problemas. Y entre pueblo y pueblo, recorre los bosques, busca sitios para acampar, disfruta del fuego, de la comida, de la música... todo movido por su deseo de escapar de la ciudad y volver a oír el extinto canto de los grillos. Todo muy idílico.
En uno de estos periplos conoce a un robot y dejadme que os diga, que las conversaciones entre monje y robot son maravillosas. Tiernas, divertidas, profundas... es como una de esas conversaciones entre dos niños, que en su inocencia no puedes evitar que te arranquen una sonrisa.
Pero lo mejor, o al menos lo que más de cerca me ha tocado, es una conversación muy interesante que tiene lugar hacia el final del libro, sobre nuestro propósito en la vida, esa constante ansiedad por hacer algo, por ser productivos, por exprimir el máximo a cada hora del día, y nuestra aparente incapacidad para simplemente disfrutar de estar, aunque no estemos haciendo nada más que existir.
Medir los días por la cantidad de cosas que me ha dado tiempo a hacer, por cuánto he avanzado las ficticias barritas de progreso en mis distintos proyectos, y sentirme culpable cuando me voy a la cama sin haber hecho suficiente, es algo de lo que soy muy culpable, y quizá por eso estos temas me tocan donde duele.
La única pega que le pongo al libro es que el narrador se refiera al monje en tercera persona del plural "ellos", porque no tiene género. Que por mí, cada uno que se identifique como quiera, pero en un libro donde para no quemarle el nombre al protagonista, su pronombre será quizá la palabra más repetida, es sumamente confuso no saber si "ellos" se refiere a un personaje o a los dos. Pensaba que podía ser algo a lo que lograra acostumbrarme a medida que avanzaran las páginas, pero no. Fijaos si es confuso, que la autora se ha equivocado un par de veces, "was" que deberían ser "were", y los revisores se lo han comido con patatas...
Aún así, un libro muy recomendable. Una ciencia ficción diferente, temas profundos, que tocan muy cerca de nuestra vida diría, una combinación de prosa y ambientación evocadora, que destila calma en cada página, y dos personajes —sobre todo el robot—, verdaderamente entrañables.
Comentarios
Publicar un comentario