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Historias de rol: la de cuando suicidé a mi personaje

Hoy tengo para vosotros algo diferente de mi contenido habitual. Este 2020 ha sido el año de mi retorno a los juegos de rol, y he pensado que podría ser interesante poner por escrito las anécdotas más divertidas. Experimento absoluto; si tiene buena recepción escribiré más, y si no, seguiré riéndolas como broma interna en nuestras tardes de juegos.



La historia con la que quería empezar es la de la partida en la que tuve que suicidar a mi personaje.
Me uní ha esta partida sin conocer al resto de jugadores, sin saber cuánta experiencia tenían jugando a rol, y sin haber jugado nunca con el DM; por no saber, no sabía ni qué personajes iban a jugar los demás: todos empezaríamos separados, haciendo las sesiones por Telegram, hasta que eventualmente nos reuniéramos en una obligatoria taberna.  

Siempre me han gustado las clases híbridas, así que decidí jugar un bribón arcano, un pícaro con una pizca de magia de ilusión; y como quería salirme un poco de la norma del granuja cleptómano y mentiroso, decidí subir mi inteligencia y sabiduría, abandonando por completo el carisma, y darme un alineamiento legal bueno. Iba a jugar a un asesino retirado en una senda de redención; un miembro de una secta de homicidas adoradores de un dios oscuro, que había hecho voto de no volver a matar y quería poner su espada al servicio de los inocentes.
Pensándolo en retrospectiva, creo que me pasé de vueltas con el trasfondo (escribí casi dos páginas), pero eso de empezar separados, y la posibilidad de tener sesiones tanto en grupo como individuales, me hicieron pensar que iba a haber mucho margen para la interpretación y la historia.

En cualquier caso, tras varios encontronazos con la guardia y el clero, en los que el DM jugó muy bien con las piezas de mi trasfondo, llegué a la mencionada taberna, y me reuní el resto del grupo: un paladín, un guerrero y otro pícaro. Vaya por dios… Allí estábamos, un grupo de 4 aventureros, todos luchadores cuerpo a cuerpo, sin ningún tipo de daño mágico o elemental, con la imposición de manos del paladín como única curación, y mi estrafalario pícaro como la mayor aproximación a un lanzador de conjuros.
No te preocupes, hombre, que aún nos falta una jugadora me dijo uno de ellos.
Anda, ¿y qué va a jugar?
Un monje.
Dónde encontré el autocontrol para no echarme las manos a la cabeza, no lo sé. Esta es la imagen que usó el master, muy jocosamente, para describir a nuestra banda.


Empezamos a jugar y voy directo a comprar frascos de aceite y bolsas de abrojos para compensar nuestras carencias, de modo que tengamos, como mínimo, acceso a daño de fuego y un medio para generar terreno difícil.
El grupo me sigue y se produce la primera tragedia. Imaginaos la situación: dos pícaros entran tranquilamente en una tienda.. e inmediatamente el DM nos dedica una de sus sonrisas maliciosas.
El tendero os mira y, asustado, asume que vais a robarle. Saca un silbato y amenaza con llamar a la guardia si no os marcháis.
Antes de que tengamos ocasión de aplacarle con oro o palabras, el paladín decide que ni su alineamiento (legal bueno), ni su +3 de carisma son tan importantes después de todo, y le ofrece un inapelable argumento en forma de guantelete directo a los dientes.
El tendero se desploma, suenan las campanas y ahí que viene la guardia. Los pícaros, conscientes de que les van a culpar de todo, salen por patas, el guerrero se mezcla entre la multitud, el monje aún no ha aparecido, ¿y qué hace el Paladín (legal bueno, lo voy a decir otra vez)?
Se pega con la guardia.
¿Pero qué haces?
¿Te has vuelto loco?
La callada por respuesta. Obviamente, el paladín es vapuleado y arrastrado hasta una celda. Acaba la sesión y todos nos vamos con cara de no saber muy bien qué puñetas ha pasado. A día de hoy no sé qué fue del paladín y aún sigo esperando explicaciones…

Dándole vueltas, decido que la conclusión más obvia es que el paladín es un auténtico héroe y se ha deshecho de su personaje para hacerse otro que complemente mejor las carencias del grupo. Siguiente sesión y ahí está él, con una hoja de personaje nuevecita y una sonrisa en la cara.
Anda, ¿personaje nuevo? ¿Qué te has hecho?
Un bárbaro.
Tienes que estar de coña, fue lo que pensé. Miro a los demás, que no parecen tan escandalizados, y descubro que el guerrero no está; ni el monje. En su lugar tenemos a un nuevo fichaje quien, tras preguntarnos a todos qué estamos jugando, decide en buen juicio hacerse un mago, lo cual nos deja sin nadie que cure, pero al menos tenemos daño mágico.


Finalmente llegamos al primer gancho de la historia y la primera mazmorra. A estas alturas ya me ha quedado claro que, de los otros tres jugadores, el mago es el único con experiencia; los otros saben jugar, pero solo golpean cosas, sin pensar mucho en la estrategia. Acabo de conocerlos, y no quiero ser de esos que dicen a los demás cómo jugar, pero tampoco puedo morderme del todo la lengua, así que me limito a hacer comentarios y dejar caer sugerencias sin salirme del personaje.
¡Son demasiados, retroceded al pasillo! exclamo, tratando de conducir a enemigos que nos superan en número hacia un cuello de botella donde he preparado trampas y aceite.  
Ni caso.
¡Las espadas no funcionan, proteged al mago! grito, tras fallar adrede una estocada contra un esqueleto.
Ni caso.

Hacia la mitad de la mazmorra, nos están literalmente destrozando: el mago está sin conjuros, a mí no me quedan más cosas que lanzar a los monstruos, un cieno se ha comido la mitad de nuestras armas, no tenemos nadie que nos cure, y el DM ha empezado a amañar tiradas e incluso ha introducido a un bardo errante para que nos lance una canción de reposo.
Por suerte, subimos al nivel dos. 
Estoy mirando todas las opciones, pero no veo forma de hacer que mi personaje pueda convertirse en el muy necesario sanador del grupo. Si hubiera puesto puntos en carisma en lugar de repartirlos en inteligencia y sabiduría… por suerte tenemos otro pícaro de corte más convencional.
Vaya, es una pena que no tenga carisma le digo inclinándome sobre su hoja, si no me cogería un nivel de bardo y tendríamos un par de palabras de curación al día.
El DM ve lo que estoy intentando hacer y salta en mi auxilio.
Sí, si alguien tiene sabiduría o carisma decente, un nivel de clérigo, druida y bardo os daría algo de curación y la flexibilidad en hechizos que le falta al grupo.
Empezamos a hablarlo entre los dos, especulando sobre posibilidades, dejando caer ideas aquí y allá, hablando de las virtudes de este u otro arquetipo, de las sinergias con ciertas clases… huelga decir que el valeroso pícaro mediano no pilló la indirecta.

Seguimos avanzando y empieza a resultar obvio que el DM esta tratando de matar a uno de los pícaros para forzarnos a hacer un personaje nuevo. Viendo sus intenciones, no hago mucho por impedírselo, e incluso bromeo sobre el personaje de reserva que ya tengo listo, pero me gusta mi personaje, no quiero que muera; estamos a punto de llegar al nivel 3 y poder empezar a usar la magia para la que lo he estado preparando. 

Dos peleas más tarde y medio muertos, llegamos a una zona con oscuridad mágica.
Venga, lanza luz le digo al mago.
Ah, no cogí ese truco… como yo veo en la oscuridad.
¡Oh! exclamo, mirando como un idiota mis dos espadas que no puedo ver en la oscuridad porque soy un simple humano–. ¡Oh! Claro. Estupendo.
Entramos en la oscuridad donde, lógicamente hay enemigos acechando y el mago cae a la primera ronda; el karma, supongo. Yo soy el siguiente y no veo nada, pero ataco de todos modos, porque ¿qué otra cosa puedo hacer? El DM tira por mí (dando realismo a mi ceguera) y me informa de que golpeo con ambas armas. Fantástico, casi veinte de daño tienen la culpa. El bárbaro es el siguiente y con su gran hacha y, más importante, su vista en la oscuridad, arrea un tremendo golpe que mata a la bestia.
Haz una tirada de salvación le dice el DM al mago, a medida que la oscuridad se disipa.
Fallo.
Oh… pues… mueres.
Gritos en torno a la mesa.
-¿Qué? ¡Pero si solo he fallado una! Son tres, tío…
-Ya…
El master se ríe, la oscuridad se disipa y descubro una de mis espadas clavada en nuestro buen amigo el mago. Ups.

Es solo en ese momento cuando finalmente lo veo claro. Me lo estaba pasando genial jugando a un personaje traumatizado, medio loco, propenso a los arrebatos de fanatismo y que habla con sus fantasmas, pero llevaba ya un par de días dándole vueltas a la idea de que, si alguien se iba a cambiar de personaje, iba a tener que ser yo, y la ocasión no puede ser más propicia. Los conjuros de ilusión están a la vuelta de la esquina, pero es el momento. Miro al mago, que está a punto de arrugar su hoja y digo:
Espera un momento, voy a intentar algo estúpido.
Todos se giran hacia mí, expectantes. No sé qué esperaban, la verdad, pero no era lo que ocurrió a continuación. 
Con sumo fervor describo como mi personaje mira aterrorizado el acero que atraviesa el mago, consciente de que no solo ha roto sus votos de no matar, sino que ha matado a un compañero. Narro como este cae de rodillas, rasgando sus vestiduras, como llora y se lleva una daga a la yugular, y a viva voz alzo una plegaria, rogando a mi dios oscuro que cambie mi vida por la suya.
Silencio sepulcral en la sala. Cuando finalmente me callo y vuelvo a mi voz natural, en lugar de la de mi personaje, todos me miran, mudos y ojipláticos. Es un momento intenso, muy diferente del cachondeo que tenemos normalmente.
El DM me sostiene la mirada, inclinando la cabeza, expectante.
Me rajo el cuello susurro.
Todos miran al DM, que creo que no se esperaba este nivel de interpretación cuando me invitó a la partida, pero él rápidamente se recompone y describe un ritual de sangre que cambia la vida de mi pícaro por la del mago. Después de eso, nos cuesta un poco volver a la normalidad, y damos la tarde por buena.


En la siguiente sesión me presenté con un clérigo, algo tenso por si les había asustado con mi numerito, pero todos tenían ganas de pasárselo bien y estaban encantados de que por fin alguien cubriera las carencias del grupo. Y así hemos estado jugando desde entonces: empezamos a funcionar como equipo y me lo estoy pasando genial. El momento trágico no ha acabado con nuestro humor, ni mucho menos, y seguimos bromeando y riendo, e incluso recordando las chanzas de nuestro camarada caído.
A veces echo de menos jugar a mi antiguo y excéntrico personaje, pero el DM está haciendo un trabajo genial para hacer de su muerte un punto integral en la narrativa: el mago, que era muy buenecito al principio, está ahora inclinándose hacia la oscuridad, por la presencia del dios oscuro en su interior, y la sombra de mi antiguo personaje se nos aparece en los caminos, dejando caer frases a medio camino entre la advertencia y la amenaza; todos estamos expectante por el momento en que tengamos que enfrentarnos a él.
La moraleja de esta historia es… ¿Que no toméis la muerte de vuestro personaje como una debacle, sino como un hito en la historia global del grupo? ¿Que busquéis el mejor final para el arco narrativo de su historia, llegue este al nivel 2 o al 20? ¿Que una buena interpretación puede crear momentos más memorables que cualquier combate? La verdad, no sé si tiene moraleja, pero creo que me quedo con esa última.


Por terminar con una gracieta, este fin de semana empiezo una partida con otro grupo, y había decidido recuperar del cajón la idea de mi bribón arcano. Bueno, pues acabo de ver la lista completa del resto de personajes: un paladín, un guerrero y un explorador. Vaya por dios… y pensar que cuando jugaba hace años lo que costaba era encontrar a alguien que estuviera dispuesto a jugar una clase sin magia. 

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