¡Guau! Este libro no ha sido para nada lo que me esperaba. Por la sinopsis esperaba magia, guerras, muertos en vida… típicos elementos de un relato de fantasía. Nada más lejos de la realidad. De alguna forma, Elantris consigue ser una historia mágica en la que la magia no aparece hasta los capítulos finales, y todo gracias a tres fantásticos personajes.
Elantris es una historia sobre liderazgo, escrita sobre el tapiz de un profundo conflicto religioso y un sistema de clases propenso al colapso. Los protagonistas no son guerreros, magos o aventureros, son políticos, y sus peleas las libran con palabras y tejemanejes; no hay una sola escena de acción hasta cien páginas del final.
Esto, por supuesto, implica una narrativa más lenta, más pausada, con muchas discusiones, debates y reuniones de cámara, pero es algo que, si no lo hace único, al menos si hace del libro algo diferente.
Un aspecto que me ha encantado es cómo Hathren se nos plantea como el antagonista por el mero hecho de que su capítulo es el tercero, cuando ya hemos conocido a Raoden y Sarene en los dos anteriores, e, inconscientemente, los hemos puesto la etiqueta de héroes. De haber abierto el libro con él, me pregunto si nuestra visión no habría sido bien distinta. De hecho, los tres protagonistas tienen buenos motivos para hacer lo que hacen y, visto con objetividad, razones igualmente válidas para ser calificados de tiranos.
A pesar de la falta de acción, los tira y afloja que se traen entre los tres (y con otros personajes secundarios) por el control de la ciudad, dan una y mil vueltas, y, aunque a otro ritmo, consiguen sorprenderte.
Claro está, el libro no es solo política, también hay magia y, entre otros secretos más pequeños, el misterio de una civilización caída en desgracia por resolver. Todos estos elementos van apareciendo poco a poco a lo largo del libro, como las piezas de un rompecabezas, pero se precipitan en las cien páginas finales.
El cambio de ritmo es tan drástico que afecta a tu modo de lectura e incluso al estilo de narración. De capítulos largos dedicados a un solo personaje, que lees con calma, analizando la intención tras cada frase, a capítulos más cortos, que saltan de personaje casi con cada párrafo, usando frases cortas y estallidos de información, haciéndote devorar las páginas.
Empiezo a identificar esta estructura 80-20, de principio minucioso y final frenético como el estilo particular de Sanderson y, aunque ya me lo espero, no deja de sorprenderme la cantidad de información y acontecimientos que puede precipitar en cien páginas cuando todas las piezas han sido tan cuidadosamente colocadas.
Uno de cada dos personajes en este libro tiene un secreto, y todos esos matices o tramas secundarias que no creías importantes, al final, acaban encajando perfectamente. Algunos, cuando se presentan, consiguen que algo haga clic en tu cerebro; otros te hacen maldecir un por no haberlo visto antes, pese a haberlo tenido delante todo el tiempo, y creo que es genial que un libro consiga causarte esas reacciones.
Mi única pega con Elantris es el nivel de terminología con el que te abruma en las primeras páginas. No es solo nombres de personajes, ciudades y conceptos mágicos, que viene a ser lo normal, son los propios rangos dentro de la jerarquía, las coletillas que usa Galladon y muchos otros términos que usan como palabras corrientes, pero cuyo significado tienes que acabar desentrañando por el contexto. Y cada sílaba tiene un significado mágico independiente, y todo son palabras de una o dos sílabas, cada una obligatoriamente con dos vocales, y todo suena igual y, bueno, os hacéis a la idea: es complicado.
Deja de ser un problema una vez que te acostumbras y te vas familiarizando con ello, hacia la página 100, pero unido al ritmo pausado de la trama, hace el principio algo áspero.
El libro me ha gustado y lo recomendaría a cualquier fan de la fantasía que quiera probar una nueva aproximación al género, algo diferente, menos épico, con personajes astutos y políticos, en lugar de grandes magos, elegidos y maestros de la espada. Como no lo recomiendo es como primer contacto con el autor, pese a que, paradójicamente, sea su primera novela, porque, como he dicho, el principio puede hacerse algo farragoso.
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