No os voy a mentir, con este título y sabiendo que al final del libro anterior Tavi ingresaba en la academia, temía que esta segunda novela en la saga cayera en la peliaguda trampa del arco narrativo de la escuela, con los profesores estrictos, la exposición disfrazada de clases, los compañeros y rivales, y demás tópicos. Por suerte, no ha sido así.
La trama arranca dos años después de Las Furias de Calderon, con Tavi en la academia, y sí, su primer capítulo consiste en lidiar con abusones, pero que no cunda el pánico, porque el libro rápidamente se embarca en una trepidante doble trama: por un lado tenemos toda una maraña de intriga política en la capital, con asesinos, secretos, espías, puñales en la espalda y bailes de alta sociedad; por otro lado, en el Valle de Calderon se enfrentan a la amenaza de unas criaturas parasitarias capaces de poseer a sus víctimas.
Ninguna de las dos situaciones es particularmente innovadora, y de hecho ha habido momentos aquí y allá bastante reminiscentes de otros libros, pero ambas tienen una agilidad que mantiene la acción en constante movimiento e invita a seguir leyendo. A un ritmo de cien al día han ido cayendo las páginas, para que os hagáis a la idea.
Quizá el tramo final se puede hacer algo cansado, con una prolongada sucesión de lucha desesperada tras lucha desesperada a lo largo de decenas de páginas, en lugar de un clímax propiamente dicho, pero no por ello me ha resultado menos satisfactorio.
Lo que más me ha gustado ha sido cómo la novela expande el mundo, introduciendo nuevas razas extranjeras, añadiendo nuevas facciones en los juegos de poder de Alera, y sobre todo arrojando luz sobre acontecimientos pasados que habían estado hasta ahora envueltos en cierto misterio.
Además, la evolución de las dos relaciones sentimentales, entre Bernard y Amara, así como entre Tavi y Kitai, están muy bien desarrolladas y me han arrancado más de una sonrisa.
En suma, una secuela muy sólida que, y esto es lo más importante, me ha dejado con muchas ganas de leer el siguiente.
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