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La Sombra de lo Perdido | James Islington

Hay libros que, desde el principio, sabes que te van a gustar. De igual modo, hay libros en los que un puñado de páginas bastan para darse cuenta de que no van a encajar contigo. Y luego está La Sombra de lo Perdido. Cuando empecé este libro, me encantó, los primeros capítulos auguraban un éxito. Veintiseis horas de audiolibro más tarde, he escuchado las confrontaciones y revelaciones finales con absoluta indiferencia. 

Sombra Perdido James Islington

La Sombra de lo Perdido nos lleva a un mundo donde los "magos" han perdido la guerra contra hombres corrientes —cómo, viendo más tarde lo que pueden hacer, no me lo explico—,  y ahora viven aislados en pequeñas comunidades-escuela, marginados, despreciados y atados por una especie de contrato mágico que dicta lo que pueden o no pueden hacer. Hasta el punto de que si alguien les ordena, en nombre del acuerdo, hacer algo, deben hacerlo. 

Además, a los magos que no demuestra suficiente talento o resultan ser demasiado problemáticos, les drenan todo su poder y potencial, un proceso irreversible e imposible de ocultar, y que los relega a una casta aún más despreciada. 

Todo esto, junto a unos primeros capítulos brutales, me llenaron de esperanza. Iluso de mí, pensé que ese contrato mágico iba a forzar a nuestros protagonistas a hacer un uso creativo de la magia, para poder salvar las limitaciones que impone las cláusulas del acuerdo, y que el riesgo de ser convertidos en sombras los llevaría a tomar decisiones difíciles. Mejor dejarse atrapar por bandidos, confiando en escapar más tarde, que atacarlos con magia y se drenado de tu poder para siempre. 


Nada más lejos de la realidad. A medida que avanza la novela, por a o por b, todos los personajes principales encuentran un modo de no verse atados por el contrato mágico, e incluso de desvelar que eso de que las sombras pierdan su poder, igual no era tan verdad. Vamos, que el alto riesgo y las limitaciones van por la borda en cuanto la trama lo necesita. 

Y ese es solo el primer paso en el largo descenso que me hizo perder todo el interés, porque luego el libro empieza a hacer uso de una serie de recursos que, sinceramente, no puedo soportar. Profecías, protagonistas con amnesia, eventos que se repiten cíclicamente en el tiempo y que como ya han ocurrido otra vez han de ocurrir... hay incluso una parte en la que el libro trata de justificar que, aunque el futuro esté escrito y no se pueda cambiar, sigue existiendo el libre albedrío y las decisiones de los personajes importan. Y lo siento, pero no.

En el momento que me dices que hagan lo que hagan los personajes, algo va a ocurrir de todos modos, mi nivel de interés cae por completo. En el momento en que empiezas a usar profecías y eventos cíclicos para justificar lo injustificable, dejo de tomarte en serio. Y si a eso le sumas un sistema de magia, que pese a dedicar muchas páginas a explicar las dos fuerzas principales, y las distintas habilidades, y todo lo que tu quieras, en ningún momento me deja claro qué pueden hacer los personajes y qué no, qué entra dentro de sus límites y qué no... pues me es imposible implicarme en los riesgos, logros y victorias, porque no sé si algo que han hecho es normal, corriente o extraordinario. 

En cierto modo, me ha recordado a La Rueda del Tiempo, y cada uno que interprete eso como quiera. Está el señor oscuro, al norte, al otro lado de una barrera mágica que se debilita. Están los magos, los únicos que pueden pararlo, en los que nadie confía. Está el héroe legendario, que se ha enfrentado a él en el pesado y volverá a enfrontarse a él en este giro de los acontecimientos. 

Incluso, en la sección central del libro, está la ciudad maldita en la que los héroes entran para escapar de un enemigo que les persigue, y donde el grupo se ve separado, cuando alguien hace lo que le dijeron que no hiciera, provocando el ataque de una criatura hecha de oscuridad y maldad, sin forma definida. Vamos, como Shadar Logoth en El Ojo del Mundo


Todo esto ha hecho que el final —y no negaré que el epílogo sea de los que lo pone todo patas arriba—, lo haya leído con un cierto desinterés. Porque... ¿Si ya hemos visto en las profecías lo que va a ocurrir y eso no puede cambiarse, qué tensión hay? ¿Qué riesgo? ¿Y si no sé el alcance de las habilidades de un personaje, qué me importa a mí si se enfrenta a cuatro, diez o cien enemigos? ¿Es mucho, es poco? No lo sé. Ah, pum, los ha destruido. Pues vale... y así transcurre básicamente el final del libro.  

Hay grandes revelaciones en los últimos capítulos, pero son del tipo «y el asesino es el jardinero». «Pero espera, si no habías dicho que hubiese un jardinero». «Lo sé, ¿y a que te ha sorprendido y no te lo esperabas?».

Personalmente, creo que un buen giro narrativo es el que te da toda la información sin que te des cuenta, se pasea ante tus ojos y luego te deja con esa sensación de «¿cómo no lo vi antes?»; no el que, cuando se revela, te deja pensando «¿Eh? Espera, ¿eso era posible?»


En conclusión, no puedo decir que el libro esté mal. Es... correcto, supongo. Hace lo que se propone. Pero tampoco me ha aportado nada nuevo o memorable, ni tiene, más allá de la premisa, sobre la que luego no logra construir, nada que despierte mi interés. Un sistema de magia con limitaciones tan estrictas que apenas permiten utilizarla, eso tenía atractivo. Pero si luego todos pueden saltarse las reglas... ¿Qué tiene de distinto este sistema de cualquier otro? 

En fin, que no me voy a leer la segunda parte y ahora, a otra cosa, que lecturas hay muchas, y no merece la pena dar más vueltas a una que no me ha gustado en demasía. 

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