Ir al contenido principal

La Campaña Escarlata (Magos de la Pólvora #2) | Brian McClellan

Hay algo que me resulta particularmente satisfactorio en las buenas segundas partes. Conoces el mundo, conoces a los personajes y puedes zambullirte de lleno en la trama, sin necesidad de pisar el freno y parar para explicar algo, o para establecer el trasfondo de este o aquel personaje. Y al mismo tiempo innovan, suben la apuesta y evitan caer en el "más de lo mismo". Ese podría bien ser el resumen de mi experiencia con este libro. 

Campaña Escarlata Magos Polvora Brian McClellan

La Campaña Escarlata comienza despacio, recogiendo los escombros de todo lo que pasó en el primer libro: Tamas se prepara para la guerra, Taniel sigue en coma y Adamat busca desesperadamente el modo de rescatar a su familia. Esas primeras páginas nos proporcionan una ventana en la que reencontrarnos con este mundo, recordar lo que ocurrió en Promesa de Sangre, abordar sus repercusiones y, en suma, ponernos de nuevo en situación. 

Es hacia el final del primer tercio cuando la acción se precipita y la trama se lanza de lleno a una trepidante sucesión de momentos de acción, intriga, tensión, traición. La sensación es de final de libro, cuando todo empieza a ocurrir muy rápido, con cientos de frentes abiertos, que no te dan siquiera un respiro, pero miras la página y ves que aún no vas ni por la mitad. A partir de ahí, el ritmo no para de subir, y es imposible soltar el libro hasta el final. Los dos últimos días antes de terminarlo leí sin parar toda la tarde. Tenía otras cosas que hacer, pero las acabé aplazando, de lo pegado a las páginas que estaba.

Sin embargo, el libro no te agota, no se hace pesado. La trama salta constantemente entre personajes, a veces dentro de un mismo capítulo, de modo que no perdemos perspectiva de lo que está pasando en otros sitios, y alternamos entre distintos tipos de historia. Taniel y Tamas nos muestran dos historias de guerra muy diferentes, una de hombre perdido en tierra hostil, otra de una desesperada lucha en las trincheras. Mientras, las partes de Adamat recuerdan más a una trama de intrigas callejeras y policiales, en las que sigue la pista a Vatas y su organización, y descubre algunos de los secretos mejor guardados de Adro. Y cuando el libro necesita un momento de pausa, aparece una sección de Nila, un par de páginas, no hace falta más, pero en las que cambia incluso la voz del narrador. 

Y lo más importante, todo el fondo de magia, dioses y demás, que al final del primer libro temía que coparía el foco narrativo a medida que avanzase la historia, queda como un telón de fondo, dando espacio y protagonismo a los personajes. Sí, influye, pero no es el motor detrás de los acontecimientos. Son los personajes humanos, sus virtudes, pasiones y defectos, con los que podemos sentirnos identificados mucho mejor que con un dios o hechicero todopoderoso, los que mueven la trama hacia adelante.  

Todo esto ha hecho del libro una experiencia casi adictiva, y de la que he disfrutado una barbaridad. Dicho lo cual, tengo que hacer un comentario sobre el final del libro: queda todo abierto, o si no todo, casi todo. A mí no me importa, porque ya tengo la tercera parte ahí en la estantería, esperando, pero creo que es bueno saber dónde te metes, porque este libro es de los que terminas y lo que pide el cuerpo es, inmediatamente y a renglón seguido, empezar con el siguiente.

Comentarios