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El Emperador Goblin | Katherine Addison

Este libro ha sido poco menos que un carrusel de sensaciones, desde un principio prometedor, pasando por el tedio del segundo acto, para tenerme completamente enganchado al final. Tanto que anoche estuve hasta pasada la una de la madrugada leyendo sin parar. No obstante, creo que esta fluctuación en mi relación con el libro se debe a unas expectativas iniciales erróneas y cómo me he ido adaptando al estilo de la novela a medida que leía. Dejadme elaborar. 

Goblin Emperor Katherine Addison

El Emperador Goblin sigue la historia de Maia, un cuarto hijo, mestizo y exiliado, sin amigos, aliados, educación o contactos que, de buenas a primeras, y a causa de un accidente, se ve convertido en emperador. Es una de esas novelas de "pez fuera del agua", en la que el personaje claramente no está cualificado para el rol que desempeña, y tiene que sobreponerse a las circunstancias.

También nos muestra una cara más desconocida de la realeza, haciendo énfasis en la soledad y en la falta de intimidad que sufre el protagonista. Todo ello envuelto en una trama de intrigas, ambiciones y lealtades, en la que participamos de la angustia de un protagonista desesperado por tener un amigo, o al menos un confidente pero que, simplemente, no puede tenerlo. Sirvientes sí, personas de su confianza también, pero no amigos. Y el libro nos demuestra la importancia de esta distinción.

Para lo que hay que estar preparado desde el principio (y yo no lo estaba), es para una novela cuya trama transcurre, mayoritariamente, en esta u aquella sala de audiencias, hablando con cortesanos y peticionarios, escribiendo y leyendo cartas. No hay acción en la novela. Nada. Cero. De hecho, uno de los puntos que la trama recalca una y otra vez es cómo el emperador, realmente, no hace nada por sí mismo. Lo visten, lo desvisten, le leen sus cartas, le escriben las respuestas... él solo hace saber sus deseos. 

Maia, físicamente, no hace nada en la novela. Los otros personajes sí, pero no el protagonista. La novela ni siquiera describe sus acciones, solo lo que dice, cómo lo dice, y qué piensa mientras lo dice. 

Esto es algo que me resultó un poco chocante al principio, pero que terminó enganchándome una vez hube hecho mi mente a ello. 


Si tengo que poner una pega al libro, son los nombres. Hay una cantidad ingente de nombres, no solo de personajes, sino de localizaciones e instituciones, todos inventados, con pequeños matices, que pueden cambiar el significado de una palabra al alterar sus últimas dos letras. Por no hablar, de que los personajes pueden ser referidos por su nombre, apellido, apodo, nombre de su casa, posición, etc, etc... 

Si habéis leído autores rusos, os hacéis un poco a la idea del galimatías de nombres que nos traemos entre manos. Y sí, sé que al final del libro hay un glosario (un glosario de casi 40 páginas, un 10% de la novela), pero no, no voy a consultar un glosario tres veces por página. 

Al final, pude ir viendo patrones en lo que significaban o insinuaban unas cosas u otras, pero no puedo dejar de preguntarme cuánto me habré dejado en el tintero de toda la intriga cortesana, tras ese inescrutable telón de nombres propios y palabras inventadas. Quizá sea intencional, para que nos sintamos tan perdidos como el protagonista, y en ese caso lo aplaudo, pero de no ser así, creo que podría haberse filtrado un poco. 


En cualquier caso, si os gustan las intrigas cortesanas y queréis leer sobre una cara más triste y amarga de la realeza, y sobre todo si no os importa que el libro sea todo cartas y audiencias, esta es una lectura muy recomendable. 

Si por el contrario, necesitáis algo de pólvora en vuestras páginas, buscad otro libro, porque este os va a saber a nada. 

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