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El Búho | J. J. G. Izquierdo

Aunque se anuncia como novela negra, no creo que El Búho termine de encajar en esta categoría e incluso que tiene más de ensayo que de narrativa. Me explico. 

Buho Izquierdo

El protagonista es un asesino en serie, cierto, pero hasta ahí llega todo parecido con la novela negra, o al menos con las expectativas que uno pueda tener cuando coge un libro de dicho estante. Aquí no hay detective ni investigación. No hay pistas ni deducción. No hay tensión que cortar ni misterio que resolver. 

De hecho apenas hay acción. Y no digo acción en el sentido de persecuciones y tiroteos, sino en su definición más básica: el hecho de hacer algo. 

El libro arranca con el protagonista aferrado a los barrotes de su ventana, contemplando la noche y los retales de su vida, para luego arrojarse en un soliloquio que se extiende a lo largo de ciento cincuenta páginas, hasta el último punto. No hay más personajes. No hay diálogos. Por no haber, no hay ni capítulos. Solo está él y sus ideas. 

A medida que avanzan las páginas, su mente divaga y un pensamiento fluye en otro, ahora política, ahora religión, ahora retazos de la infancia, como si la pluma siguiera al pensamiento. Algo que es intencional y que logra emular bastante bien esa idea de que la vida pase ante tus ojos en un instante. Y es entre esos recuerdos donde aquí y allá aparecen las historias de sus asesinatos, pero el como siempre toma un papel secundario frente al porqué. La acción no importa. Importan los motivos. Constantemente, el protagonista se justifica y nos expone sus ideas sobre porqué mata, pero también sobre el amor, la vida, la muerte y la sociedad que le rodea. 

Por eso digo que, más que como novela negra o policíaca, El Búho se lee como un ensayo, como una crítica observación de nuestra sociedad, vista a través de los ojos de un personaje de ficción. Recuerda un poco a American Psycho, quitando todas las acciones del personaje, los escabrosos y detallados asesinatos, las cenas, las citas y todos los eventos sociales, para quedarnos solo con su crudo diálogo interno, destilado en forma de monólogo. 


No me ha gustado tanto la parte en que la novela se transforma y abandona su esencia para ponerse la gorra de guía turístico madrileño. Las listas y descripciones de monumentos me han resultado un tanto forzadas, a falta de una palabra mejor. Como si el autor estuviera esforzándose demasiado en plasmar Madrid sobre sus páginas. 

Cada vez que llegaba una de estas secciones, rompía por completo la inmersión, la ficción de estar en la mente del personaje. Era como si me hubiera despistado y, de pronto, sin darme cuenta, alguien hubiera cambiado el libro que tenía entre las manos por una guía turística, cargada de anécdotas jocosas y datos poco conocidos. No digo que no hubiera cosas interesantes. Al final, siempre es fascinante lo mucho que uno ignora de su propia ciudad. Pero no ha habido una sola vez que no me parecieran un tanto fuera de lugar, o que se extendieran demasiado, o que dieran más detalle del necesario. 

Para una novela en la que ni el protagonista ni las víctimas tienen nombre, resulta raro cuando las letras mayúsculas empiezan a aparecer como setas en un párrafo, porque el personaje te dice en qué parada de metro se apea, y por qué calle va, y en qué tienda entra...


En cualquier caso, si acudís a este libro buscando una trama de asesinatos, narrada desde la perspectiva del responsable, lo cual debo admitir que suena muy interesante, no lo vais a encontrar. 

Recuerdo que en la presentación de la novela alguien preguntó que, al no haber detective, misterio o investigación, qué iba a ser lo que arrastrara al lector a seguir leyendo. Una pregunta muy acertada cuya respuesta es "nada". No hay nada que te suba las pulsaciones, nada que tire de ti, más allá del hecho de que no hay pausa o punto en que detener la lectura. 

Sin embargo, como ejercicio de reflexión e introspección, como ensayo crítico sobre la sociedad y sus valores, me ha resultado muy interesante. El narrador es un sociópata y las ideas que plantea van en contra de toda convención social, pero no puedes evitar detenerte, de tanto en cuando, y pensar si no tendrá quizá algo de razón. 

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