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Herederos del Tiempo | Adrian Tchaikovsky

Herederos del Tiempo representa una de las mejores ambientaciones de ciencia ficción que he leído en mucho tiempo. Un soberbio ejercicio de creatividad e imaginación a la altura de Los Propios Dioses, del gran Asimov.

Herederos Tiempo Adrian Tchaikovsky

La trama... la trama está bien. No entro mucho en detalles, por no estropear sorpresas. Por un lado, tenemos una nave arca, surcando la galaxia en busca de un nuevo hogar. La última esperanza de la humanidad, basada en la tecnología de un imperio olvidado que nadie comprende o recuerda, con su tripulación sumida en sueño criogénico. Por otro lado, una cultura alienígena en desarrollo, justo en el planeta hacia el que se dirige el arca.

Lo dicho, está bien, pero no es nada excepcional. Aunque hay algunos giros y sorpresas interesantes — especialmente hacia el final, en los que el autor juega con nuestra percepción y nuestros prejuicios, dejándonos asumir que los personajes pretenden una cosa, para luego revelar que abogaban precisamente por lo contrario— y hay un par de confrontaciones críticas, por lo general la historia no busca crear grandes momentos de emoción, tensión, triunfo o drama. 


Lo que sí es excepcional, y lo que hace destacar a este libro son las ideas y el mundo que el autor desarrolla en torno a ellas. La trama sigue tres líneas narrativas, tres puntos de vista, por así decirlo, y cada uno explora una idea diferente. 

Empezando por la más simple, tenemos la nave arca, con su tripulación congelada, saltando a lo largo de los siglos sin tomar consciencia de ello. Cada vez que el protagonista despierta, porque se requiere de sus habilidades, encuentra una nave distinta a la que recuerda de un instante antes, cuando se fue a dormir: compañeros que eran más jóvenes, han pasado más tiempo despiertos y ahora son ancianos mientras que otros han muerto, y la cultura o el equilibro de poder a bordo a cambiado por completo, exacerbando el paso relativo del tiempo. 

Es una situación que me recuerda a La Guerra Interminable de Haldeman, en la que el protagonista no para de saltarse años de historia, para encontrarse una vez más perdido, desorientado y fuera de lugar; solo que este libro hace uso del sueño criogénico en lugar de saltos hiperespaciales, y al limitar el entorno a una sola nave y su tripulación, todos los cambios que encuentra al reincorporarse a la historia son mucho más personales.


En segundo lugar, y aquí es donde el autor empieza a mostrar su genio, tenemos un satélite, el último remanente de la antigua humanidad, y a bordo un solitario observador: el último habitante del antiguo imperio. Salvo porque ni el lector ni los personajes (el propio observador incluido) saben si se trata de un humano o una IA o algún tipo de híbrido intermedio. 

Para hacer énfasis en esta duda, cada vez que los humanos del arca contactan con el satélite, reciben dos respuestas (y el libro pasa a estar escrito a doble columna), una de alguien lógico, frío, carente de emoción, pero con el que se puede razonar, y otra de alguien completamente desquiciado, dogmático, inflexible y radical en sus ideas. Esto hace que el lector y los personajes se planteen si quizá uno es el humano y otro es la máquina, y en tal caso, cuál es cuál. 

Lo más impresionante de todo esto es que el libro sea capaz de mantener vivo el interrogante pese a tener capítulos desde el punto de vista del personaje que dudamos si es una máquina o una persona, y que sea capaz de articular esta incertidumbre sin que la prosa resulte forzada o deliberadamente obtusa en aras de ocultar información. 


Y he dejado lo mejor para el final. La tercera línea argumental, que me ha encantado, sigue la evolución de una cultura alienígena, a lo largo de siglos y generaciones, desde una sociedad de cazadores recolectores, pasando por la agricultura y la industrialización, hasta llegar a la era espacial. 

Sin embargo, el verdadero mérito no está en imaginar esta evolución y crear todo el mundo que lo rodea, que también, sino en hacer que la cultura y los personajes alienígenas realmente parezcan una raza diferente, y no humanos con piel de alíen, como ocurre muchas veces, en que el libro nos dice que son otra raza, pero realmente se comportan, expresan, piensan y sienten como humanos. Pero no es solo que escape del aspecto bípedo antropomorfo, con dos brazos, dos ojos, dos orejas, nariz y boca. El autor es capaz de dar a sus personajes una inteligencia, una forma de pensar, de ver el mundo e interactuar con él, diferente a la nuestra. Y todo esto consigue hacerlo de forma natural y orgánica, usando verbos, expresiones y formas de describir fuera de lo usual, pero más propicias a la biología y el entorno de estas criaturas. 

Es algo tan bien articulado, tan bien hecho, que mis palabras no pueden hacerle justicia, y que debéis experimentar para apreciarlo por completo. 


Recomiendo encarecidamente este libro a cualquier lector de ciencia ficción. Es un tipo de ejercicio de imaginación que me encanta y posiblemente el mejor libro que he leído en lo que va de año.

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