Cuando me recomendaron este libro y me dijeron que combinaba la legión romana con pokemon, mi primera reacción fue «¿qué puñetas?», seguido de un «esto tengo que leerlo».
La realidad es que, por
estrafalaria que suene la yuxtaposición de estas dos temáticas, no resulta una lectura
tan chocante como uno pudiera imaginar. Sí, es original. Sí, es diferente. Pero
no resulta extraña.
Las Furias de Calderon
se lee, en todo lo que importa, como un libro de fantasía al uso. La
ambientación tiene legionarios en lugar de caballeros, pero por lo demás es como
cualquier otra novela de fantasía: nobles, campesinos, bandidos, magos, soldados,
batallas…
La magia, por su parte, gira en
torno a unos espíritus llamados furias, que existen en su estado
salvaje, o vinculadas a un humano, como los pokemon, y pueden ser de
varios tipos (tierra, aire, agua, fuego, etc), pero no deja de ser un sistema
de magia como cualquier otro, con sus habilidades y limitaciones, sean estas
potenciadas por criaturas o por una fuerza arcana más abstracta.
Es decir que, como discurso de
venta, la combinación de Roma con pokemon está bien, pero por todo lo
demás, este es un libro de fantasía.
La historia sigue a Tavi, el
clásico joven granjero convertido en héroe, y Amara, espía al servicio
del emperador, cooperando para detener una conspiración.
El libro empieza despacio, con
unas primeras cien a doscientas páginas muy introductorias, pero una vez coge
ritmo, la tensión es constante y se extiende a lo largo de múltiples frentes,
hasta culminar en una gran batalla final que, para mi gusto, se extiende más de
lo necesario.
De hecho, uno podría decir que el
libro peca de demasiada tensión, demasiada acción; que se beneficiaría de un
respiro de vez en cuando, y de tomarse más tiempo para desarrollar las
relaciones entre los personajes, que a veces saltan de forma demasiado abrupta.
Lo cual no deja de sorprenderme, porque hay otras líneas argumentales y
secretos, particularmente los reservados para libros posteriores de la saga,
que el autor siembra con mucha elegancia.
Particularmente a mí, la batalla
final, una única escena, con todos los personajes juntos y revueltos, que se
extiende hasta las ciento cincuenta páginas, me ha parecido excesivamente larga.
La parte central del libro, por el contrario, me ha gustado mucho. El autor
hace un gran trabajo separando, reuniendo, mezclando y volviendo a separar a
los personajes. Además, cada vez que los separa, forma nuevas parejas de baile,
creando interesantes dinámicas de enemigos forzados a cooperar, o aliados
incapaces de confiar el uno en el otro.
El sistema de magia, con
habilidades que van desde la manipulación del entorno a la alteración de las
emociones es muy interesante, y aunque recuerde un poco a la alomancia
de Mistborn, el modo en que los personajes combinan o enfrentan sus
habilidades en función de que tipo de furias pueden controlar, tiene mucho
potencial. Por no hablar de un segundo sistema de magia, que usa la otra raza
que aparece en el libro, que les permite vincularse con los animales, como en
la película de Avatar.
Mi principal crítica al libro es
que las habilidades curativas de la magia de agua son demasiado poderosas,
hasta el punto en que despojan de cualquier peso o importancia a las heridas recibidas
por los personajes. Toda esa tensión a lo largo del libro… y un poco de magia
de agua puede deshacerlo todo.
Pero lo peor es que resulta un
tanto arbitrario qué se puede y qué no se puede curar. La sensación es que los
personajes principales siempre están al límite de lo que sí se puede curar,
pero para cualquier personaje secundario, siempre es demasiado tarde, o la
herida demasiado seria, o el mago de agua no tiene el poder suficiente…
Igual es cosa mía, pero la
existencia de un posible botón de reset que anule todas las consecuencias
de las acciones y decisiones de los personajes, me arruina un poco la
experiencia.
Magia de agua y tensión constante aparte, el libro me ha enganchado, me ha resultado muy entretenido y me ha dejado con ganas de leer el segundo —que ya he comprado y tengo esperando en la estantería—, y eso es posiblemente lo mejor que puedo decir de un libro.
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