Para ser el último de la trilogía, las novecientas páginas de Last Mortal Bond se me han hecho bastante lentas. Es como si todos los personajes, viendo acercarse el final, hubieran decidido ponerse a hacer misiones secundarias antes de terminar el juego. Gwenna y compañía vuelven a las islas a por pájaros, solo para verse atrapados en una subtrama nueva, con personajes nuevos, que luego resulta ser de lo mejor del libro —la cultura Kettral ha sido uno de los grandes atractivos de la saga desde el principio—, pero en comparación con el conflicto de dioses e inmortales que tenemos en marcha, estaremos de acuerdo en que luchar contra un traficante de droga y mafiosillo local parece un poco insignificante. Valyn ha tirado la toalla y se pasa los compases iniciales tratando de no verse involucrado en el conflicto, y para cuando se decide —le fuerzan, realmente— a hacer algo, ese algo es ir a por Belendin , que ya en el primer libro establecimos que era una pieza menor de...