Una segunda parte de manual, de esas secuelas al estilo de El Imperio Contraataca: un inicio trepidante, cargado de acción, que nos pone al día con los acontecimientos pasados para arrojar a los personajes a una situación aún peor de la que resolvieron al final del libro anterior; una parte central más lenta, en la que la trama se complica y se introducen nuevos personajes, nuevas facciones, nuevas motivaciones; y un final de infarto que deja a los personajes en peor situación de la que empezaron, con todo pendiente de resolución en el tercer y ultimo tomo de la trilogía.
En esta ocasión, la acción está repartida de forma bastante equitativa entre los tres protagonistas, Kaden, Valyn y Adare, y las historias, en lugar de ser disjuntas e independientes como en The Emperor's Blades, se entrelazan e influyen unas a otras. Mientras que el primer libro giraba en torno al misterio de una conspiración contra los tres hermanos y su familia, ahora que tenemos las respuestas, esta secuela teje la trama en torno a una serie de traiciones y alianzas improbables que ven a los personajes teniendo que elegir una y otra vez entre lo malo y lo peor.
Me ha gustado mucho en particular cómo el autor juega con la desinformación de los protagonistas y cómo los actos de personajes con motivaciones y objetivos comunes, por desconocimiento, prejuicios y malinterpretación, son percibidos como hostiles o antagonísticos por quienes deberían haber sido sus aliados.
En esta red de intrigas, alianzas y desinformación, me ha sorprendido gratamente el desarrollo de Kaden, a medida que se va asentando en su papel como líder y encuentra el modo de sacar partido a su poco ortodoxa formación para navegar todo tipo de situaciones y obstáculos que cualquier otro hubiera resuelto por la espada.
Sin embargo, creo que es Adare quien más evoluciona a lo largo de la novela, y la que lo hace de un modo más impactante e imprevisible: desde el personaje políticamente fuerte que dejamos al final de la primera novela, pasando por una noble desbordada por las exigencias del mundo fuera de palacio, que poco a poco va recobrando sus fuerzas, su determinación y solidez, solo para convertirse en un personaje al que he llegado a detestar al final de la novela, pese a haber estado de su parte en todas sus decisiones anteriores, en todas, salvo en la última.
Quien se queda un tanto estancado, y no por falta de traumas y tragedias, es Valyn, cuyo carácter se va agriando a medida que avanza la trama, catapultándole de decisión imposible en decisión imposible, pero cuyas motivaciones y ambiciones se mantienen más o menos constantes.
El gran damnificado de esta segunda novela, sin embargo, es el sistema de magia. Como ya preveía en mi reseña de The Emperor's Blades, un sistema de magia en el que cada mago extrae su poder de un elemento distinto de la naturaleza, y la naturaleza de esa fuente de poder —que podría ser un metal, una planta, una emoción, cualquier cosa—, es algo que guardan con el mayor grado de celo y secretismo, resulta fascinante, como un pequeño puzle a resolver. Esto es, claro, hasta que averiguas cuál es el pozo de poder de cada uno. Llegado ese punto, el sistema tiene poco recorrido y de hecho apenas se usa en este libro. Los personajes hacen magia, pero ya está, es una herramienta más sin ningún tipo de protagonismo.
Dicho lo cual, la historia, y cómo la trama y el destino de los tres protagonistas se va complicando a cada página me ha encantado. Estoy deseando leer el desenlace en la tercera parte, porque ese final, sobre todo con Valyn y Adare... buf, no podía creer lo que estaba leyendo, y dudo mucho que un final en el que todos sean felices y coman perdices sea factible.
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