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El Conde de Montecristo | Alejandro Dumas

Impresionante. Este libro ha sido toda una revelación. 

Cuando lees a los clásicos, sabes de antemano que el libro debe tener algo, o de otro modo, no sería el referente que es. Pero temes, porque por desgracia muchas veces ocurre, que las tramas o temáticas no haya envejecido bien, y que lo que en su día fue un referente, no se adapte bien a los gustos de la literatura moderna. O que al ser el final de largo conocido, se pierda parte de la tensión o el misterio que pueda tener. 

Nada más lejos de la realidad, el Conde de Montecristo es una lectura tan entretenida y recomendable hoy como lo era hace casi doscientos años (se dice pronto). 



Esto es lo que yo sabía del libro antes de leerlo (y es lo que reza la contraportada, así que nadie me acuse de hacer spoiler): un marino es injustamente encarcelado el día de su boda, en prisión se hace amigo de un abate que le revela la ubicación de un tesoro y, tras escapar, emplea las riquezas de ese tesoro para regresar a Paris y vengarse de todos los que le hicieron mal. 

Con esta premisa, y teniendo el libro la friolera de 1600 páginas, yo ya me esperaba varios cientos de ellas, si no la mitad del libro, empleado en prisión, en largas reflexiones filosóficas e introspectivas, y tediosos momentos de desesperación y soledad. 

Me equivocaba de plano, porque antes de la página 300, Edmond ya ha escapado, el libro ha dado un salto adelante en el tiempo, y es ahí donde aparece el Conde de Montecristo y empieza la verdadera historia. Y menuda pedazo de historia. 


El libro no da puntada sin hilo y por primera vez puedo decir que en un libro tan largo no hay absolutamente nada que esté de más. La pistola de Cherjov en todo su esplendor. Puede que haya capítulos, como los primeros pasajes de Roma, que parezcan no venir a cuento, o no tener ninguna relación con la trama, o largas conversaciones sobre temas aparentemente insustanciales, pero oh, cómo encaja todo a su debido tiempo. 

Toda la trama de la venganza, y los entresijos de la alta sociedad de París se presentan con una elegancia y una sutileza que arranca sonrisas y muecas de satisfacción con cada golpe, cada pulla, y cada insulto vestido de halago. Particularmente las escenas de la ópera, que hace de lugar de encuentro  e intercambio social, son brillantes. 

Y cuando se culmina cada venganza... qué satisfacción. Y ello sin necesidad de una nota desagradable, con suma elegancia.


De hecho, la elegancia es una de las grandes virtudes del libro, porque hay muchas cosas que no se dicen, pero que se insinúan tan bien que no hace falta decirlas.

Y el mayor ejemplo es cómo, en el momento en que Edmond consigue el tesoro, el libro da un salto adelante en el tiempo, y desde ese punto en que él regresa para poner en marcha su plan, no se le vuelve a referir por su nombre más que cuando él mismo se lo desvela a otro personaje. Y sin embargo, siempre le ves bajo sus múltiples identidades, maquinando y manipulando. 


Supongo que lo mejor que puedo decir del libro es que, pese a ser 1600 páginas, pese a apenas tener acción, y pese a componerse casi exclusivamente de reuniones formales, cenas, bailes y otro tipo de eventos y encuentros en los que los personajes se tratan con absoluta formalidad (moviéndose como marionetas bajo los hilos de Edmond), no he podido parar de leer. Estaba enganchado como no lo he estado en mucho tiempo. 

Y la única crítica, el único pero que le pongo al libro, es una frase entre Montecristo y Valentine, que roba de toda sorpresa a uno de los giros finales. Pero incluso sabiendo eso, el final es absolutamente precioso. Y habrá a quien no le guste, porque no era lo que esperaba, pero a mí me ha parecido perfecto. Y no digo porqué, porque ese sí que sería spoiler. 

Si os gustan las intrigas y las tramas de engaño, venganza y manipulación en las que predomina la elegancia frente a la violencia, no puedo recomendaros más este libro. ¡Buenísimo!

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